Cuando un cliente acude a nuestro despacho para plantearnos un problema, nos damos cuenta, en la mayoría de las ocasiones, que ese conflicto se podría haber evitado si desde el primer momento hubiéramos podido intervenir en su gestión.
La idea generalizada de que los abogados existimos para solventar situaciones que nadie desea, no nos facilita, para nada, nuestra labor. Cuando ofrezco mis servicios a un cliente potencial, su reacción siempre es, como dice el refrán, "virgencita, virgencita, que me quede como estoy". A partir de ahí mi replica consiste en bromear sobre las cosas buenas para las que podemos asesorarles (la herencia del tío de América, ampliación del negocio...). Lógicamente, no voy a intentar convencerlos, en un lugar no idóneo, de la idea equivocada pero, por otro lado, universalizada de nuestra labor.
Bien es cierto, que esta creencia abunda en el ciudadano de a pie, ya que cualquier empresa, por pequeña que sea, si que es consciente de lo bueno, práctico y económico que resulta a corto y largo plazo, el emprender cualquier acción de negocio bien asesorado jurídicamente. Hay que tener en cuenta, que toda decisión empresarial conlleva unas obligaciones fiscales, una inversión, consecuencias legales,etc... No es que el empresario sea más inteligente o precavido, sino que la experiencia le habrá enseñado antes lo que todos al final acabamos aprendiendo.
Sirva como ejemplo ilustrativo, la reacción que tenemos ante la aparición de los primeros síntomas de una enfermedad. Rápidamente cogemos cita con nuestro Médico de Familia, para que nos marque las pautas necesarias para mejorar lo antes posible. Si alguna vez nos automedicamos, no solo no mejoramos sino que nos cuesta mucho más recuperar nuestro estado de salud ideal.
Esta es la actitud que debemos tener, también a nivel individual, ante la aparición de cualquier duda sobre aspectos legales, antes de tomar una decisión, que puede complicar y encarecer la solución. Si ante el más mínimo dilema, sobre como reaccionar ante una situación que desconocemos, acudimos a un profesional, podemos incluso evitar el problema de raíz.
En el ámbito de los contratos, el redactar uno que contemple todas las posibles situaciones que a lo largo de la relación entre las partes pueden surgir, dando solución a las mismas, evitará la aparición de conflictos y si aún así se presentan, estará prevista su solución. Para eso se firma un acuerdo legal, con el fin de evitar controversias. Cuanto más duro sea un contrato, mejor resultará la relación entre los firmantes.
En definitiva, el solicitar el asesoramiento o la intervención de un abogado (o de cualquier profesional según la materia) nos comportará múltiples beneficios tanto económicos, como de ahorro de tiempo y lo que es más importante de salud. Cuando el problema es pequeño y mejor aún cuando solo se ha planteado, la solución es más sencilla (más barata), es más rápida y sobre todo si no hay que acudir a los tribunales (ahorro de tiempo) y al final, como desgraciadamente todos hemos experimentado, no nos impedirá estar tranquilos y felices (gozaremos de buena salud psíquica y física).
Por último, comentaros que en los tiempos que corren, somos muchos los compañeros que no cobramos por la primera visita y un estudio y presupuesto del asunto. Aprovecharos también de este aspecto.